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viernes, 31 de enero de 2014

CULTURA. El nuevo libro de Andrés Pachón aparecerá a mediados de 2014

Andrés Alfonso Pachón cuando entrevistaba a Juan Carlos Guzmán Betancur. (www.pachonandres.com).



Alias. 
Su vida es real, la historia es de película

Damos a conocer el Primer Capítulo de Alias, el nuevo libro del periodista y escritor caleño Andrés Pachón Arbeláez, que circulará en el segundo semestre de 2014, en el que vuelve sobre la vida de Juan Carlos Guzmán Betancur, el impostor colombiano más buscado por la policía en el mundo, narrada en exclusiva por él mismo.

Nota del autor

El presente libro es una narración novelada de los testimonios entregados de manera voluntaria por su protagonista, Juan Carlos Guzmán Betancur, y como tal corresponde a éste la responsabilidad de los eventos que se puedan derivar de los mismos. Algunos de ellos son de difícil comprobación, por lo que se sugiere al lector darles el beneficio de la duda.

Las circunstancias de modo, tiempo y lugar (algunas de ellas recreadas con fines literarios) procuran ajustarse fielmente a las situaciones descritas por la fuente, así como a las de otras consultadas previamente por el autor para el libro que antecede a esta historia, 'El suplantador.

La historia real del estafador colombiano más buscado en el mundo' (Debate, 2011), y que se extraen parcialmente en esta obra para fines de contexto.

Los nombres de algunas personas han sido modificados para proteger su intimidad.


Introducción

“El día más triste de mi vida”.

Juan Carlos Guzmán Betancur recuerda:

“Era el hotel Four Seasons de Nueva York, en una de las suites del piso cuarenta o algo así.
Acababa de abrir la puerta cuando me invadió esa extraña sensación de abatimiento.
Digamos que antes la había sentido, pero no del mismo modo que esa vez. Debió ser por aquello del año viejo. Era, precisamente, la noche del 31 de diciembre de 2003 y yo contaba con veintisiete años de edad.

“Hacía sólo tres días había llegado de Curazao tras un viaje de crucero y estando allí decidí irme para Nueva York y rentar esa suite en el Four Seasons. Era grande, con sala y comedor, una habitación rematada con una cama king y un baño precioso en mármol blanco, pero por sobre todo era minimalista de una forma exquisita. La elegancia está en lo mínimo, no en contar con un montón de cosas, y aquello caracterizaba a esa suite.
           
“Ese 31 de diciembre salí temprano del Four Seasons y caminé hacia la Quinta Avenida en busca de los almacenes de lujo de Manhattan. Me dirigí a la tienda de Yves Saint Laurent, la que queda entre la Quinta Avenida y Madison, en el Midtown East, y compré únicamente ropa de color azul oscuro para ponérmela ese día. No sé ni siquiera por qué lo hice. Luego bajé una  cuadra y media, hasta el local de Cartier, y entré allí para curiosear. Al final terminé comprando un reloj Pasha y un anillo de oro que sólo me cupo en el dedo meñique de la mano izquierda. Era precioso. Tenía una pantera agazapada a la que se le apreciaba bien la cabeza. Los ojos eran unas esmeraldas y la nariz, un ónix. Todo el animal estaba cubierto con diamantes, no se le veía el oro por ninguna parte. Como otros tantos caprichos que me había permitido, decidí regalármelo ese día. Pagué por él treinta mil o cuarenta mil dólares, algo así. Luego caminé un rato más aprovechando que no nevaba y regresé al hotel en la noche para cenar.

“Después de aquello subí a la suite y fue entonces cuando tuve esa enfermiza sensación de  abatimiento. No soy un comprador compulsivo, sino más bien depresivo. Haberme ido de compras todo el día sólo reflejaba mi verdadera condición. Durante años quise olvidar mi pasado comprándome cosas. Había logrado menguar duros recuerdos a costa de objetos, pero sólo hasta esa noche caí en la cuenta de lo solo que me encontraba. No tenía a nadie con quién compartir nada. Me sentía ínfimo, desolado. Las amistades no lograban llenar ese vacío, y con mi familia había decidido romper desde muchos años antes.

“Nikolay (1), un amigo ruso que se encontraba en Nueva York para visitar a su padre, me había llamado hacia las diez de la noche para que nos encontráramos en el Marriot Marquis de Time Square. Su padre había rentado una habitación allí con vista a la plaza y Nikolay esperaba que celebráramos en ese lugar la despedida del año viejo. Quería que viéramos juntos la tradicional bola de cristal descender desde lo alto del edificio One Times Square un minuto antes de la medianoche. Le dije que no, que no me sentía bien. A decir verdad, me sentía pésimo.

“Pedí al cuarto una botella de champagne Cristal. Recuerdo bien que pagué dos mil dólares por ella. Apagué las luces y me metí en la cama mientras bebía. Encendí la televisión, pero en lugar de ver algo me quedé boca arriba, mirando al cielorraso. Me puse a llorar. No podía dejar de llorar. Fue así durante toda la noche. En la calle, el jolgorio por el año nuevo se vivía tanto como en las suites vecinas. Unos chicos habían rentado tres o cuatro habitaciones y disfrutaban de una party de lo más tremenda. Aquello era drug, sex and rock and roll. Más temprano uno de ellos me había invitado a que me pasara por allí, pero no andaba para fiestas. Sencillamente no andaba para nada.

“Recostado en la cama me puse a recordar. Para entonces llevaba diez años fuera de la casa.
Había decidido irme y armar mi propia vida conforme con mis reglas, pero en el camino abandoné la idea de hacerme médico y terminé convirtiéndome en ladrón. Era a eso a lo que me dedicaba. Robaba en algunos de los hoteles más lujosos del mundo. No a todas las personas. No a tíos pobres. Sólo a gente con plata por pastón. La policía me acusaba de haberme hecho con al menos un millón y medio de dólares, pero yo sabía que era mucho más.

“Algunas personas me habían señalado de sicario y prostituto, e incluso pasé un par de años guardado en prisión. De a poco mi nombre fue publicado por los medios. Lo escribían de maneras distintas cada vez para referirse a mí como un truhán. Cuando no, mencionaban alguno de mis alias. Sumaban unos diez por esa época. Soporté vejámenes y humillaciones, golpes y acusaciones. Sin embargo, nada de eso me había afectado tanto como la atmósfera de aquella vez en Nueva York. No sé aún por qué, pero ese ha sido el día más triste de mi vida.

“Al día siguiente almorcé en un restaurante belga con Nikolay y su padre, un respetado neurocirujano de la ciudad. El señor me vio tan mal que me preguntó qué me pasaba. Le comenté lo que me había ocurrido y entonces me dijo que sólo debía encontrar a alguien en mi vida. Nada más que eso. Junto con Nikolay me propuso que fuéramos a Moscú. Me dijeron que no tenía caso seguir en Nueva York ni un minuto más. Entre ambos me convencieron y al final terminé yéndome con ellos. Dejé la ciudad al cabo de un par de días. Era algo a lo que ya me había acostumbrado por cuestiones de trabajo. Me resultaba emocionante ir de aquí para allá. Al fin y al cabo, nunca sabes qué vas a encontrar ni en quién te vas a convertir en el próximo destino”.

***

Por cuenta de la prensa, desde el 1 de junio de 1993 el colombiano Juan Carlos Guzmán
Betancur había pasado de ser un muchacho humilde e impopular en Cali (2), la ciudad en la que vivía con su familia, a convertirse en un referente para los indocumentados en Estados
Unidos y en una celebridad en su país.

Su caso salió a la luz pública luego de que en la madrugada de ese día fue descubierto al parecer inconsciente y con hipotermia en el suelo de una de las plataformas del aeropuerto de Miami, a donde llegó como polizón en el tren de aterrizaje de un avión de carga Douglas
DC-8 de la aerolínea colombiana ARCA (3) después de tres horas de vuelo.

En un comienzo su situación fue comparada con la de otro polizón, Armando Socarrás, un joven cubano que el 3 de junio de 1969 viajó de La Habana a Madrid del mismo modo -y en el mismo tipo de avión- para huir del régimen castrista, y de quien Juan Carlos se habría enterado de alguna manera para imitar su hazaña. Sea como fuere, el hecho es que luego de que fue llevado al Hospital Panamericano (4) de Miami dijo llamarse Guillermo Rosales y contar con apenas catorce años de edad, lo que de inmediato le granjeó el aprecio de la comunidad colombiana residente en la Florida, que lo ensalzaba como un héroe.

Por unos días las cosas estuvieron bien, pero luego de que se conocieron sus mentiras las circunstancias empezaron a cambiar. Menos de un mes después de su llegada, las autoridades consulares colombianas que atendían su caso se enteraron de su verdadera identidad. De hecho, las averiguaciones del cuerpo diplomático junto con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) (5) y el Departamento de Inmigración de Estados Unidos permitieron saber que no era huérfano -como también había asegurado- y que estaba por cumplir los diecisiete. Con la evidencia en la mano, pronto el andamiaje del muchacho empezó a caer.

La versión de que llegó en el tren de aterrizaje del avión fue puesta en duda por quienes más se apersonaron de su caso. Inferían que Juan Carlos debió viajar en la bodega del aparato con complicidad de alguna persona, y que sin dinero con qué poderla sobornar, habría pagado el favor con servicios sexuales. Después de eso no faltaron más rumores. Empezaron a saltar como sapos las historias de que se dedicaba a la prostitución, de que había sido sicario en su país y de que en Miami, luego de abandonar el hospital y ser recibido por una familia de colombianos, habría empezado a robar objetos menores a costa de mentiras. Otros tantos cotilleos apuntaban que Juan Carlos debió huir de Cali tras presenciar un crimen en un autobús y que entonces recibió de alguien 150.000 pesos de la época (unos ochenta dólares actuales) para que abandonara la ciudad.

Para nadie había duda de que la historia de chico polizón le cambiaría la vida para siempre, pero a la larga las cosas no resultaron como se esperaba. Al cabo de un mes de estar en Miami fue regresado a Colombia, y menos de dos semanas después de eso fue detenido en al aeropuerto Eldorado, de Bogotá, mientras intentaba subirse en otro avión. Aquello no fue óbice para que en diciembre de ese mismo año (1993) se las arreglara para volver a Estados
Unidos, pero entonces fue deportado una vez más.

Por un tiempo desapareció. De él sólo se supo varios años después, cuando en 2005 los titulares de prensa de Reino Unido dieron cuenta de que había huido de una prisión cercana a Londres, luego de que se convirtió en un fino ladrón que actuaba por su cuenta, hablaba cinco idiomas, no usaba la violencia y contaba con al menos diez identidades.

Su nombre fue incluido en los registros de Interpol luego de que el gobierno francés empezó a buscarlo, y varios años después -cuando estaba preso en Estados Unidos- lo solicitó en extradición por una serie de robos ocurridos en París. Se trataba de dinero en efectivo, alhajas, relojes de marca y ropa de diseñador, que junto con otros robos de los que se le responsabilizó a lo largo de una década alcanzaban un millón y medio de dólares.

Juan Carlos Guzmán Betancur anduvo la calle desde muy joven. Abandonó su hogar luego de que la relación entre su madre y el padrastro que tenía por aquel entonces se echó a perder. Fueron tiempos en los que todos los espacios de la casa sirvieron como cuadrilátero de boxeo para resolver las diferencias. Salvo su experiencia de vida y los estudios secundarios que validó mientras purgó condena, su formación nunca fue mayor. Hoy en día es un hombre vanidoso. Tiene la ciudadanía española, se jacta de contar con más dinero que un profesional con doctorado y de tener más estilo y glamour que muchos nuevos ricos. Usa gafas de sol Cartier y un maletín cruzado Louis Vuitton en el que carga su portátil.

Durante años rehusó hablar con la prensa. Rechazó correos, llamadas telefónicas y visitas en prisión de todo aquel que estuviera relacionado con los medios, y aunque no llegó a admitirlo, en el fondo temía que cualquier declaración acabara por hundirlo ante la ley. Eran épocas en las que los procesos de extradición por cuenta de un par de países parecían esperarlo a la vuelta de la esquina por robos que aunque no fueran de su autoría parecían ser maquinados por nadie más que él.

Para los días finales de febrero de 2012 Juan Carlos Guzmán Betancur estaba prácticamente limpio. Acababa de abandonar una prisión en Estados Unidos luego de pagar una sentencia de treinta meses y algo más por robo e inmigración ilegal. Entonces decidió viajar a Colombia para encargarse de una serie de asuntos personales. Hacía pocos días había terminado un tratamiento de fármacos contra la depresión que le produjo aquel encierro. Una depresión que, pese a todo, no recordaba más que la de ese 31 de diciembre en Nueva York.

Mucho antes de que narrara ese episodio, su vida fue siempre relatada por terceros. Una serie de versiones que daban cuenta de un avezado estafador de quien todo mundo se atrevía a hablar pero que a la larga nadie había llegado a conocer. Para Juan Carlos Guzmán Betancur estaba claro que ahora, de regreso a la libertad, era el momento de que él mismo contara su versión.

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Notas
(1)   Nombre cambiado para proteger la intimidad de la persona.
(2)   Cali es la capital del departamento del Valle del Cauca, ubicada en el suroeste de Colombia.
(3)   Varias fuentes documentales y testimoniales, entre ellas el propio Juan Carlos Guzmán Betancur, aseguran que el viaje como polizón ocurrió en un avión de Aerolíneas Colombianas (ARCA), pero sitúan a esa empresa en la ciudad de Barranquilla, en el Caribe colombiano, lo que no se corresponde con la realidad. ARCA fue fundada por el capitán Hernando Gutiérrez en Bogotá en 1956, mientras que la única aerolínea de carga en la zona atlántica de Colombia para la época en que sucedieron los hechos era Líneas Aéreas del Caribe (LAC), fundada en 1974 por el capitán Luis Carlos Donado Velilla. Según los archivos consultados, LAC se especializó en el transporte de flores hacia Miami, pero no tenía aviones tipo DC-8, como sí contaba con ellos ARCA, que también volaba a esa ciudad.
Actualmente conocido como Hospital Metropolitano. Entidad estatal colombiana fundada en 1968 como respuesta a las problemáticas que afectan a la niñez en el país.

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